La duda es la jactancia de los intelectuales

“La duda es la jactancia de los intelectuales”, dijo alguna vez el milicósofo Aldo Rico.

Y uno duda… Permítanme “jactarme” de ello (Si sólo fuera jactancia y no duda…)

A lo largo de la historia argentina – y a sabiendas de la pasión  que despierta el teatro en los argentinos – mi pregunta, que inicia la duda, es: ¿No será todo una gran representación y los políticos, tan solo actores de una farsa? El riesgo es grande y llevaría largo tiempo, ya. Y la enfermedad también…

Quien se sube a un escenario a construir un acto teatral lo hace en un marco que permite diferenciar la fantasía de la realidad.

Quien se mete en la vida con una farsa daña la confianza de sus semejantes. Y, como se sabe, la confianza dañada hace imposible una convivencia sana. Quien daña constantemente la confianza es un enfermo (Por no decir otra cosa). No por nada el teatro tiene un sabio límite: el borde del escenario.

¿Por qué este artículo? Porque las personas decidimos depositar nuestra confianza en aquellos a quienes les dimos nuestro voto en la urna. Histórica y culturalmente nuestra población no es de clamar venganza, expresando la ira en contra de sus gobernantes, salvo en el año 2001 con el “que se vayan todos”.

No me es posible pensar en un país, ni en medios permanentemente intolerantes.

La crítica es esencial cuando apunta a los actos - que es lo que se puede corregir en las relaciones sociales: actos y conductas -.

La mentira destruye.

Cuando en una pareja entra, tan solo la sospecha del engaño, nos empieza a “comer el coco” y no estamos en paz. Pero no me estoy refiriendo sólo al engaño del otro… Me refiero al engaño del que vos y yo somos capaces… Por eso, cuando miramos y escuchamos a  políticos y periodistas es posible inferir una sociedad – no tan anónima – pactada en base a simpatías y odios, con las que nos manejamos todos en esta aventura de los vínculos y de la vida.

El compromiso con nuestra sociedad genera aciertos y errores. Y uno trata de equivocarse lo menos posible. Esperemos que la farsa sea tan solo un rasgo persecutorio de quien escribe este artículo.  Gustavo Volpin  -  teatrovolpin@gmail.com