En el teatro griego antiguo, la voz de los actores no era lo suficientemente potente como para llegar a todos los espectadores. Esto llevó al uso máscaras. Cada una expresaba un sentimiento mediante una mueca – obviamente rígida – tristeza, alegría, etc. Incluso las había con un formato que permitía proyectar la voz.
Estas máscaras se llamaban “per sona” = para sonar.
Analicemos, ahora, el término “personalidad”, palabra muchas veces mal entendida. La personalidad puede ser nuestra máscara o un modo de presentarnos ante el mundo, ya que la personalidad se construye, es cultural. La personalidad es una manera de hacernos ver o de hacernos oír, es decir “per sona”, para sonar.
Las máscaras son medios expresivos que no reflejan la esencia de la obra y que indican las emociones que los personajes sienten o “deben sentir”. Y así como las máscaras no reflejan la esencia de la obra, la personalidad no refleja, necesariamente la esencia de la persona. Rubén Blades, en su canción Pedro Navaja dice: “Se ven las caras, pero nunca el corazón…”
Por esto, es que el teatro de hoy – al menos en mi concepción y la de otros docentes y actores – busca lo que Constantín Stanislavski llamó la “vivencia” y que nosotros, en nuestra cultura llamamos el sentir. Es que a partir del sentir es posible fundar un Arte verdadero, que sea capaz de expresar la variada gama de matices de las que los seres humanos somos capaces. Sólo sintiendo podemos “ponernos en la piel de otro”.
La empatía (palabra de origen griego que significa el que siente o emocionado) es la capacidad de poder percibiry ubicarse en las circunstancias de vida y emocionales de otra persona sin dejar de lado el propio marco de realidad. De forma generalista podría decirse que la empatía es la capacidad de ponerse en lugar del otro y compartir los sentimientos.
Gustavo Volpin, profesor de Teatro en el espacio cultural “La Cueva de Colegiales”
Contacto: teatrovolpin@gmail.com
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