La sociedad genera conductas. Nuestra cultura, que es la construcción de la interacción social, genera opiniones, valoraciones, juicios...
Al taller de Teatro llegan personas con distintas estructuras e historias. Cada persona tiende a valorar y juzgar, en lo íntimo, al prójimo. Siglos de mentes que juzgan que, si bien venimos evolucionando y "ya no se quema gente en las hogueras", es posible ver apalear a un chico por "portación de rostro" o "hacerle la cruz" a una persona porque expresa y hace cosas que "uno jamás haría".
Pero vayamos a un punto más cercano, concreto, sobre el cual, quizás, podamos hacer algo.
Personas capaces de hacer una carrera en la que han debido memorizar gran cantidad de teoría, tienen problemas para memorizar textos teatrales y/o de seguir de manera concentrada el sentido de un monólogo, aún improvisándolo y usando palabras análogas. Es aquí un ejemplo de cómo el Teatro presenta su función terapéutica. Son casos y debemos ocuparnos.
Lo único que puedo inferir, sólo desde la experiencia y la observación en el ámbito del taller de Teatro, es que se trata de hábitos y condicionamientos arraigados en la persona por años de un modo de funcionar disociado, que no une la pasión con la tarea.
Sólo cuando elegimos desde el deseo, la necesidad y/o la intuición, sabiendo que el camino a iniciar es nuevo o, al menos, un camino con mucho para aprender, es posible hacer el camino con ganas, pasión y concentración. Debemos estar muy atentos para no vivir en "piloto automático" y desarrollar un sentido que nos mantenga despiertos. Un artista dormido, más que artista puede llegar a parecerse a un zombie.
Gustavo Volpin - Profesor de actuación en el espacio cultural "La Cueva de Colegiales".
Contacto: teatrovolpin@gmail.com